El astro Solar alumbraba desde lo alto y sus rayos calcinaban la tierra allí abajo..
Una espesa y pesada bruma opacaba la visión y el silencio era absoluto. Las dunas se elevaban por doquier en aquel desierto solitario y lejano de algún lugar remoto de la Tierra... Inmenso y misterioso…la vista no llegaba a abarcarlo…
El aire sofocante dificultaba la respiración y no había ningún recodo ni saliente donde resguardarse de los rayos solares.
De pronto una delgada y movediza silueta se contorneo por entre las dunas lejanas y fue acercándose sigilosa… Un ave surco el silencioso cielo dejando escapar un graznido que retumbo en aquella inmensa quietud y que fue perdiéndose a lo lejos.
La bruma pareció disiparse un poco abriéndose pequeños claros, entonces un espectáculo solemne y misterioso se abrió a la visión.
La caravana marchaba sin prisa marcando un compás cadencioso y aletargado entre las dunas…
El Sol quemaba el rostro curtido de los derviches, marcados por el paso de los años. Sus vestiduras cubrían su cuerpo entero y sus ojos miraban siempre en dirección Este, hacia el Sol.
Las túnicas de los viajeros ondeaban arremolinadas por el viento y un ritmo pausado marcaba su caminar. Los dromedarios siguiendo una ruta recorrida muchas veces a lo largo de su vida se dejaban llevar deslizándose como en una danza mística por entre la arena caliente.
La escena fue sucediéndose a medida que se acercaban al sitio donde me encontraba. Por fin aparecieron en toda su magnificencia a escasos metros de mi tienda y la caravana se detuvo. El derviche que dirigía la comitiva bajo de su camello y se acerco a mí llevando lo que parecía un cántaro entre las manos. Se detuvo y nos saludamos en señal de alabanza. Su mirada encontró mis ojos y una extraña sensación me embargó. Aquellos ojos eran un inmenso pozo de misterio. Pude ver la soledad y reverencia hacia Alá viviendo en su mirada, la fortaleza que nos da el silencio y la comprensión que llega lentamente a nuestro Ser.
Los invité a compartir unos dátiles y algunas frutas secas que llevaba en mi alforja y nos sentamos en círculo. Al preguntarles sobre su ruta de viaje me contaron que eran un grupo de derviches nómades viviendo y experimentando la búsqueda de lo Alto através de sus peregrinajes. El destino los había unido y este los separaría cuando fuera el momento indicado, compañeros de camino, almas siguiendo la misma ruta.
Luego entonamos algunas melodías y cánticos sumergiéndonos en la quietud del desierto.
Al despertar, el Astro Solar comenzaba a ocultarse por el Oeste y un rojo intenso incendiaba el cielo. Junto al fuego encontré el Cántaro que el jefe derviche había llevado consigo. Al mirar en su interior un hueco profundo se abrió ante mí y el mismo vértigo y sensación de inmensidad que había experimentado al mirar aquellos ojos me invadió nuevamente.
Levanté la vista y pude ver la caravana alejarse entre las dunas. Pronto el paisaje los fue fundiendo con su espectro de colores y lejanas manchas oscuras fueron desapareciendo en lontananza, sus metas estaban marcadas por un extraño destino el cual los llevaba por soledades inconmensurables y caminos polvorientos. Llegaron en silencio y lentamente con el atardecer fueron deslizándose hacia el infinito hasta desaparecer.
Pablo Zárate
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