El cielo fue tornándose rojizo anaranjado a medida que el día declinaba en lo alto de la pradera.
La intensa luminosidad del atardecer y una brisa fresca recorrieron el valle; pájaros presurosos surcaban los cielos prestos a llegar a sus nidos antes de que la noche tendiera su halo de misterio. En la lejania del firmamento hizo entonces su aparición una estrella brillante que fué ganando altura mientras que el Sol se hundía por entre la cadena montañosa, cuya silueta se dibujaba en lontananza.
Los verdes pastisales poco a poco fueron tiñendose con la luz del cielo que despedía destellos de fuego;
la raja entre los mundos se percibía en el aire, y sobre las nubes coloreadas, intensas vibraciones revelaban la fusión entre dos fuerzas podersoas.
Desde lo alto de la colina, observaba la disolución mágica del Tonal en el inconmensurable océano del Nahual, al tiempo que el paisaje iba cambiando de tonalidad ante mis ojos; una alegría inmensa y una sensación de paz indescriptible se apoderaron de mi.
Y lentamente comencé a realizar aquella danza sagrada. Siguiendo el movimiento armonioso del ocaso, sin brusquedad, buscando la perfección en cada movimiento, dejando fluir la respiración y percibiendo cada cambio sutil a mi alrededor. El viento fue golpeandome con suavidad el rostro llevandose lejos mis pensamientos, y una sensación de liviandad recorrió mi Ser. Todo un mundo de significados y códigos ocultos me envolvieron y creí percibir el pefecto orden en todo lo existente.
Allí, frente a mi, la belleza de la vida se desplegaba en un atardecer encendido, y un estado de gracia me envolvió regocijando mi Espíritu.
Suavemente fui abriendo los ojos; el Sol se alejaba por entre las quebradas pedregosas, ocultandose a la vista. Y de pronto, un extraño sentimiento de nostalgía me sobrevino, pero recordé entonces que en algún otro sitio del planeta estaria amaneciendo y muchos seres eran bendecidos con la llegada de la luz, del calor y de la vida.
Elevé entonces mi mirada al cielo y vi que el manto de estrellas fulgurantes ya se había deslizado sobre aquel sitio remoto de la tierra. Inspiré profundo y sintiendo la presencia misteriosa del Nahual, agradecí el haber presenciado una vez más la Raja entre los Mundos y ser testigo silencioso de aquella conjugación mágica.
Y luego exhalando con calma me deslicé sigilosamente entre las penumbras del valle, bajo la luz de las estrellas.
Pablo Zárate
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